Capitulo 7: Reinventar la torre

Proyectar la extensión horizontal de Buenos Aires, fue el enorme desafío que llevara a Murillo Luque a vivir en Buenos Aires, proyectando un barrio suburbano. Así, el barrio Cabuli reproduciría una huella territorial muy particular que le proporcionaría prestigio profesional. Cuando aún se estaba construyendo este barrio, la encomienda de nuevas obras y con ellos nuevos desafíos proyectuales irrumpirían en su vida profesional. Nada más y nada menos que sumarse a los pioneros en la construcción de torres en Buenos Aires, la extensión vertical de la ciudad. Este desafío, sería la oportunidad perfecta para perfeccionar su estilo: Significaba el conocimiento y dominio de la técnica de diseño y construcción de estructuras de hormigón armado, esos “esqueletos” sobre los cuales erigir las nuevas expresiones de la modernidad. Algunos barrios de Buenos Aires, por ese entonces, no contaban con edificios en altura, sino que eran predominantemente casas bajas. Construir estas “torres pioneras” significaba darles identidad y expresión a barrios que ya por entonces se perfilaban como escenarios de diversidad que contenían un fuerte acervo cultural, ante el cual aplicó su principio de entender el “espíritu del lugar” que tanto lo caracterizó tanto en medio urbano como rural. Esta búsqueda de preservar identidades lo llevó a plantear edificios que aunque disruptivos por sus alturas, recogen en sus fachadas volumetrías y espacialidades como elementos claves de la vida y repertorio visual de los barrios. En una palabra, no se trataba solamente de diseñar edificios de gran complejidad técnica “moderna”, sino de reinterpretar el significado y potencialidad de los barrios donde se erigían Link a historia urbana de Buenos Aires.

Uno de estos primeros desafíos fueron las torres construidas en Cabildo 2911 y 2937, en el prestigioso barrio de Belgrano, como asimismo las torres en la Avenida del Libertador, donde la ciudad marcaba su eje de crecimiento más prominente en dirección norte. El diseño de la obra vuelve a combinar elementos que enfatizan la horizontalidad edilicia, a través en este caso de balcones, con rasgos que enfatizan la verticalidad tratado a través de paños ciegos centrales con una textura diferenciada con lenguaje de ladrillo, y una composición geométrica de amplios ventanales, con puertas-balcones. Link a Avenida Cabildo

En estas obras puede reconocerse en forma recurrente el principio de armonía cromática y texturas con el objetivo de lograr una simbología e identidad particular de la pujante Buenos Aires de mediados de Siglo XX. El tema de reinventar la torre, uno de los temas predilectos de arquitectos y pintores, desde la antigüedad clásica con la historia de la torre de Babel, aquel emprendimiento humano majestuoso que empujara a la raza humana a erigir una construcción que “llegara al cielo” registra el relato Bíblico, resulto castigada con tal nivel de confusión de lenguas que nunca más la humanidad dispuso de un solo idioma para comunicarse. Esta historia invitaría a Murillo Luque a pensar la torre no ya desde el postulado de enfatizar su verticalidad e imponencia, sino por el contrario, concebirla como el espacio de una comunidad vertical que comparte espacios comunes y se vincula con lo urbano a través de balcones en los que lo domestico y lo público se fusiona con gran fluidez. El uso de paños ciegos utilizando distintos colores sirve para realzar ese carácter de escala domestica para restar la arrogancia de un edificio que se erige por sobre sus vecinos, por entonces solo viviendas de planta baja y máximo un piso. El tratamiento de fachadas da cuenta de esa realidad, imprimiendo ornamentos y elementos propios del barrio procurando aportar al espacio urbano de la calle un simbolismo que refuerce y no afecte la armonía estética del entorno barrial. Link a principios de arquitectura

En la misma avenida Cabildo, llevaría adelante otro edificio en altura donde volvería al planteamiento de una fachada transparente, enmarcada por los voladizos de los balcones y una composición de planos horizontales amarillos y verticales de ladrillos a la vista reproduciendo un lenguaje ecléctico de vivienda individual inserta en una estructura colectiva. La volumetría plantea patios de aire y luz donde los pisos superiores se retiran para permitir mejor aireación y asoleamiento. La resolución de doce unidades funcionales por plantas en la que todos los ambientes acceden a iluminación y ventilación natural posibilitó la creación de ambientes transicionales entre espacios eminentemente privados como dormitorios a un degrade de situación menos privadas y semiprivadas como los corredores de acceso que fueran diseñados como espacios de extensión natural de las viviendas. Como en las torres interiores, el uso de ornamento y recursos estilísticos sirvieron al propósito de generar un fuerte sentido de identidad habitacional que permitió diferenciar unidades de vivienda que buscan transformar pasillos semipúblicos monótonos en recorridos agradables. Este proyecto apunta claramente a aportar el “espíritu barrial” propio de la Avenida Cabildo planteando edificios cuyo ornamento oscila entre la industrialización de carpinterías y elementos verticales con el tratamiento de muros utilizando técnicas artesanales. Esta combinación de elementos altamente industrializados con recursos artesanales como ciertas aberturas y tratamiento de muros, permite una flexibilidad y metamorfosis de espacios que es altamente apreciada por los habitantes de estas torres y han sido fundamentales para permitir buena durabilidad de los materiales con mínimo mantenimiento. Aunque algunos de los diseños de torres realizados remiten a usos similares de recursos proyectuales, puede observarse una evolución en los rasgos estilísticos utilizados. En sus primeras torres hay un tratamiento más industrializado de las estructuras y resolución de las plantas en la que las superficies y espacios tienden a ser homogéneos, las mismas tendieron a mutar a espacios más diferenciados que alternan entre tipologías y espacios en sus obras posteriores.


Una incursión en el área metropolitana de Buenos Aires, más precisamente en la zona de Olivos, en un lote amplio, casi un tercio de hectárea, lo llevaría a plantear un partido innovador de un prisma sostenido por una planta baja libre, con un ritmo de columnas que marcan llenos y vacíos que corresponden a espacios privados, dormitorios y semipúblicos, livings y comedores. El conjunto remata en una losa horizontal que parece sostenida en el aire, logrado a partir de una buña creada por la propia sombra proyectada de una ancha cenefa, recurso que se utiliza también en el basamento planteado a partir de un entrepiso totalmente transparente que solo deja ver sus delgadas columnas que continúan hasta la planta baja reforzando el sentido de atectonicidad general de la obra. El partido general del proyecto, un volumen dominante con balcones que se alternan en su fachada principal y lateral, con un elemento vertical en la esquina remite a la idea de un objeto descompuesto en la planta baja y la cenefa del remate, unidos por un elemento vertical que enlaza a su vez los distintos pisos, creando un remate, tales como muros-cortinas artesanales, tales como el detalle de los paños horizontales, balcones con losas delgadas y anchas cenefas. El ritmo creado por el intercolumnio de las fachadas genera un dinamismo de espacios semipúblicos en planta baja que estructura también el espacio público. Situaciones de contrastes entre espacios semipúblicos, públicos y privados, genera espacialidades diferenciales que en el conjunto proporciona gran riqueza vivencial tanto en lo domestico como en lo urbano. El impacto del volumen del edificio en el barrio, por entonces de baja densidad resultaría pionera en la verticalizarían del desarrollo urbano. Tal como en los otros casos, la inserción en sus medios urbanos contribuyó a la generación de barrios que a futuro alcanzarían alta densidad y calidad estética que sirvieron de soporte a construir la identidad del corredor norte y los cien barrios porteños de Buenos Aires.



Poco después, llevaría adelante otra obra en la avenida Libertador San Martín, próxima a la quinta de Olivos en la cual, este dialogo entre horizontalidad y verticalidad lo llevaría a diseñar una fachada que combina ambos elementos por delante de los balcones, creando un sutil juego de sombras arrojadas sobre la fachada de grandes paños vidriados, una especie de filigrana tamizada. Esta paradoja de apelar a recursos de la arquitectura tradicional muzárabe en un edificio de gran complejidad tecnológica condujo a la estilística de imponer formas más sofisticadas de rehumanización del maquinismo. Esta obra sería muy importante en su carrera, ya que con ella incursionaría en el mundo empresario, dirigiendo una constructora. La obra demostraría como aun en temas de gran complejidad tecnológica, el diseño incorpora recursos intangibles como la atectonicidad, los ventanales, los voladizos, los juegos de luces y sombras, etc. que le proporcionaría grandes ventajas en el mercado de los bienes raíces. Esta ventaja insospechada abrió un abanico amplio de posibilidades de desarrollo profesional vinculado al mundo empresario de los bienes raíces que sin desviar su mirada en cuestiones más trascendentes, introdujo al ya maduro arquitecto al mundo de la especulación financiera y los anhelos de las clases sociales acomodadas. Sin juzgar los anhelos y deseos de sus clientes sus reflexiones proyectuales fueron incorporando metáforas y recursos estilísticos en sus diseños que procuraban transmitir confort y bienestar a personas y familias a las que sus proyectos estaban dirigidos involucrándolos en la actividad proyectual simplemente conversando y entendiéndose. Sin que ellos mismos lo advirtieran, esas conversaciones con sus clientes incursionaban en un profundo debate en torno a la sociedad industrializada y su búsqueda arcana de materializar el sentido de un hogar. En estos proyectos puede advertirse repetidamente despliegues tecnológicos de la época en términos de instalaciones, aberturas, etc. combinado graciosamente con detalles artesanales como ornamentos clásicos y terminaciones artesanales de madera que le dieran un toque muy humano y muy particular de calidez. En tales obras puede advertirse su intencionalidad de proyectar como un arquitecto moderno, pero sin renegar de su vocación de transmitir mensajes más elevados de satisfacción de los deseos de eternidad del alma humana. Lejos de plantear torres que apelen a la arrogancia humana, sus diseños buscan reproducir el sentido de una comunidad integrada en la que cada unidad habitacional cuenta y dispone de rasgos de identidad propios.

Otros proyectos de torres plantea una fachada dividida en dos paños, una expresando un muro ciego y la otra un gran ventanal, y a su vez, generando una planta baja y un entrepiso totalmente vidriado que crea la sensación que el edificio flota en el aire. También en estas torres incursionaría en el campo empresario como socio. Sin embargo, como señalaría tiempo después, la experiencia fue atractiva desde lo comercial, al crear una cadena de emprendimientos cuya renta permitía financiar la próxima obra. Pero, aunque imbuido por la idea dominante de la rentabilidad, puede observarse un esfuerzo renovado y sostenido por recrear gestos estilísticos y recursos que den cuenta de una arquitectura con una carga importante de diseño y creatividad, sin que tal despliegue artístico sume y no condicione la búsqueda de rentabilidad empresaria. Para ese entonces Murillo Luque había alcanzado su cenit profesional en termino de volumen de obras o metros cuadrados construidos. El diseño de sus torres revela una reflexión importante en torno a la forma vertical erigida predominantemente en un entorno horizontal, procurando aportar volúmenes trabajados con respeto a sus entornos, planteando referencias en sus fachadas que aluden a las formas de sus edificios vecinos. Se añade además una búsqueda de equilibrio entre la verticalidad, con la introducción de líneas horizontales que contextualizan y relativizan su monumentalidad, haciendo del edificio en altura más que “la pieza” destacada, un elemento más del entorno. Al igual que en el caso de barrio Cabuli pueden reconocerse en sus edificios en altura, a pesar del paso del tiempo, características inéditas y propias que han perdurado y que aluden a sus principios de simbología e identidad, generando cada torre un gesto de reconocimiento de sus respectivos barrios; contrastes, al jugar finamente con los volúmenes los claroscursos generados por las sombras; contextualización y graduación publico-privado, siendo reconocible tanto en los espacios comunes del edificio una voluntad de proponer espacios semi-publicos con recursos visuales como ventanas e iluminación natural, más que solo un lugar “de paso”; eclecticisimo y ritmo, al combinar estilos clásicos, modernos y gestos propios de distintas culturas; así como flexibilidad y metamorfosis, sobre todo en la composición de ambientes, pasillos, palieres y la relación con el espacio publico de la calle. A pesar de que sus alturas han sido sobrepasadas en la mayoría de los casos, por edificios más altos construidos posteriormente, mantienen su carácter de “hitos” sobrios integrados a sus entornos.
En sus obras, posteriores, de menor densidad y altura, desarrollo de edificios de hasta siete niveles y planta baja comercial, generalmente resueltas en terrenos en esquina en los barrios de Villa Devoto, Saavedra y Villa Urquiza (figura 19). Estas generaciones posteriores de proyectos apelan a un lenguaje moderno adaptado a las condicionantes de barrios en plena expansión. El diseño de la esquina de Cesar Díaz y Gavilán en el barrio de Devoto trabaja la idea de volúmenes encastrados con texturas diferentes en uno de los cuales surgen amplios ventanales que diferencian espacios transparentes de espacios sólidos y opacos. 




La esquina de Bauness y Congreso, en Villa Urquiza, logra sobre una superficie mínima de terreno donde erige un edificio que genera una fuerte impronta visual, al dar la sensación de un volumen importante “flotando”, al liberar la planta baja con locales comerciales vidriados, y al mismo tiempo responde las demandas tradicionales del entorno barrial al trabajar el frente con balcones horizontales, cenefas y detalles que aluden más a la vivienda individual en planta que al departamento en altura.

La continuación de los balcones, a través de vigas y buñas que juegan con sombras proyectadas genera un volumen que aprovecha el máximo permitido de volumen de construcción por los Códigos de Edificación. Es digno de destacarse que en estas obras, la orientación y captación de recursos bioclimáticos como brisas en verano, buena iluminación y asoleamiento en invierno han sido asimismo tenidos en cuenta creando espacios interiores de calidez que enriquecen la vida de los habitantes de tales departamentos que aunque de superficies mínimas, disponen de gran calidad espacial, buen mantenimiento y optimización de recursos bioclimáticos. Entre las anécdotas que pueden referirse a este periodo en la vida del arquitecto corresponde señalar la profundización de su incursión en el mundo empresario fundando la empresa “Gimur” (Gibertini, su socio y Murillo), la cual llevo adelante múltiples obras. El éxito comercial de tales obras respondió en buena medida a su capacidad de materializar a bajos costos “departamentos luminosos” que fueron fáciles de comercializar. El uso de colores y texturas, en el caso de la esquina de Washington y Ruiz Huidobro apela a recrear una imagen tradicional de barrio, pero en una escala de edificio en altura que, al mismo tiempo, sienta un precedente para iniciar un proceso de transformación de su entorno respetando el estilo barrial original. Tales estrategias de diseño, luego sería seguido por nuevos edificios en altura construidos en su entorno inmediato, densificando la zona, pero sobre la base del respeto a los rasgos originales barriales.

El tratamiento de fachadas a partir de enfatizar la verticalidad de los edificios con macizos, refuerzan a su vez la horizontalidad de cada piso proporcionando identidad a cada unidad habitacional, resultando una estrategia efectiva para individualizar cada vivienda como única, original e irreproducible. Estos edificios entablan un dialogo familiar y fluido con su entorno, una propuesta de elevarse, pero no como queriendo conquistar el cielo, sino como buscando trasladar la sencillez doméstica y artesanal de la vivienda individual a un sistema industrializado que le da significado como hito urbano.
El caso del diseño de Washington y Ruiz Huidobro  apela a unidades mínimas de vivienda, pero cuya distribución permite obtener 2 y 3 ambientes con superficies entre 40 y 65 metros cuadrados construidos y un palier mínimo de 1,5 metros cuadrados. Esta racionalidad de la planta busca optimizar espacios, permitiendo más allá de sus dimensiones mínimas, proporcionar un carácter amplio y funcional a sus interiores. Sucesivos compradores de estas unidades han resultado repetitivamente en comentarios en torno a su luminosidad y visuales panorámicas, producto del uso de puertas balcones generosas que permiten el derrame visual y de uso de los espacios interiores, tanto cuarto de estar como dormitorios, en los balcones. Hubo en estas obras la intencionalidad de erigir sus proyectos en terrenos en esquina procurando de ese modo obtener mayores posibilidades de iluminación y ventilación al acceder a dos calles, además de la impronta visual de materializar un edificio en un lugar particular de la trama urbana, el punto de confluencia visual especialmente cuando se trato como en estos casos de avenidas. 


Esta decisión de elegir terrenos en esquina respondió al objetivo de materializar edificios rentables, pero a ese objetivo se superpone un objetivo proyectual de materializar edificios que accedan a iluminación y ventilación óptima, a pesar de tratarse de departamentos de mínima superficie.  
La evolución del tema del diseño en torre de las grandes unidades concebidas con una lógica de maximización de rentabilidad, emplazados en grandes predios en las principales arterias de crecimiento a emprendimientos de menor densidades, hasta siete pisos, muestra una hipérbola reflexiva en cuanto a la arquitectura de la vivienda para clases medias y acomodadas. Las grandes unidades proporciono la oportunidad de pensar planteos proyectuales con una fuerte impronta urbana al tratarse de grandes parcelas, bien ubicadas o manzanas directamente, cuya estética permitía definir volumetrías que apelando a gestos de la modernidad permitió materializar sus ideales de diseño. El gran desafío consistió en armonizar la lógica inmobiliaria de producir la mayor cantidad de unidades habitacionales para maximizar la rentabilidad de la inversión, frente a sus principios de recrear pautas de diseños de hogares con fuerte identidad que demandaba superficies mucho mayores a las superficies que resultaban del postulado de maximización de inversiones. Esta es en buena media, además del cambio de paradigmas de emprendimientos inmobiliarios en Buenos Aires, sujetos a los vaivenes económicos del país, lo que explica la adopción de partidos de diseño de hasta siete pisos que permitía resolver unidades con mejores estándares fáciles de mantener, que optimizan recursos combinando materiales industrializados y artesanales, así como disponiendo espacios públicos y privados complementarios.
La experiencia del diseño de edificios en altura dejo en Murillo Luque la experiencia de materializar soluciones habitacionales masivas y asequibles en un mercado inmobiliario que acusaba dificultades crecientes para importantes sectores sociales. Sus proyectos estaban dirigidos a sectores populares, clases medias que por ese entonces disponían de créditos suficientes para la compra de inmuebles proyectados con una mentalidad que buscaba que la vivienda que habitarían también es un medio para invitarlos a reflexionar en cuestiones más trascendentes que lo cotidiano, a pesar de las limitaciones que impone la realidad del mercado inmobiliario. Seria objeto de otro libro contar las múltiples discusiones con sus socios en torno a la necesidad de explotar “al máximo” la renta multiplicando el numero de departamentos de superficies mínimas, frente a su postura de proyectar más allá de la superficie rentable el hábitat que mejor ayude a sus usuarios para elevarse por sobre la experiencia del habitar únicamente entendido en su dimensión física, sin incorporar la vivencia emocional de tales unidades de vivienda.






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