Capitulo 3: Dilemas de estudiantes
Tal como en una magnífica sinfonía cuyos arpegios pueden representar sonidos discordantes, inquietantes, transportando por contraste a la audiencia a las regiones más profundas del alma humana, así el dolor de la guerra había dado lugar al entusiasmo en torno a planes de reconstrucción que auguraban un mundo más racional, justo y bello. Así, desfilaban ante los atónitos alumnos pomposas fachadas de edificios para los más insólitos destinos. Desde estaciones transformadores de electricidad, galpones del ferrocarril, mausoleos y ni hablar de las viviendas, todo destilaba grandeza y los órdenes clásicos en buena medida eran el medio para expresar el poder de un Estado que por ese entonces aspiraba a estar presente en todas las cosas importantes de la sociedad. Estos órdenes clásicos hacían que todo girara en torno a la fachada, ese rostro construido a través del cual el mundo interior comunicaba al exterior las virtudes de sus ocupantes, o al menos, las virtudes que aspiraban tener. La universidad serviría a Antonio para formarse en una escuela estética a la cual, aunque nunca adheriría, siempre respetó y referenció en sus trabajos. Pero esa “arquitectura de fachadas”, cargada de ordenes clásicos, ornamentos y aspiraciones burguesas no correspondía en absoluto con los ideales que lo habían llevado a estudiar. La necesidad de explorar nuevas sendas, con sentidos más sinceramente humanos, fue evidente desde muy temprano en su carrera.
Antonio percibía que detrás del “orden clásico” había mucho más que un estilo o una moda arquitectónica para satisfacer clientes que por entonces, según rezan las anécdotas populares viajaban a Europa en barco llevando consigo su vaca para asegurar el suministro diario de “buena leche de las pampas”. Creía firmemente que el “orden clásico” fruto de milenios de búsqueda de armonía, contenía en sí mismo la explicación del orden universal. La idea del orden universal si bien seductora para los profesionales de la época era repetitivamente enseñado en los claustros universitarios a través de trabajos prácticos de representación iconografía (figura 4) y el diseño de edificios de fuerte contenido formal, concebidos a partir de reglas geométricas y el uso de recursos como columnatas y frontis cargados de simbolismos y referencias estilísticas historicistas. La preocupación por descubrir la verdad detrás de todas las cosas lo empujaba a interesarse por la ciencia. Profesores europeos que traían todos los adelantos de la técnica sanitaria, energética, etc., transformaban el mundo llevando confort y progreso a los lugares más recónditos del planeta. Argentina comenzaba por entonces a enfrentar dificultades sociales y económicas como resultado de la crisis de 1930 y cambio de su modelo de desarrollo agroexportador por el de sustitución de importaciones. El surgimiento de los nacionalismos en Italia, Alemania y Japón, en el oriente, dividía el mundo simplemente entre amigos y enemigos. La postguerra demandaba de la arquitectura nuevos planteos, superadores de los errores del pasado. Pronto la impronta del racionalismo, despojado de todo ornamento comenzó a imperar en el nuevo escenario que, aunque inspiradora, nunca fue totalmente convincente para Antonio. Era como asumir que ahora la “razón” sanaría los males de la sociedad sencillamente aplicando una lógica económica que permitiría que cada habitante del planeta accediera a un espacio anónimo, funcional, industrializado, una “maquina más donde vivir”, extirpando del diseño el romanticismo de lo artesanal. Era algo así como despojarla de su alma, aquella que expresa su razón de ser. Era reducirla simplemente a un cálculo ingenieril, frío y racional sin contener emoción alguna. Aunque no coincidía conceptualmente con estas nuevas nociones edilicias si compartía la necesidad de encontrar soluciones acordes a los desafíos que la masa de refugiados producidos por la guerra demandaba. Justamente el desafío que se abría ante él era como preservar en su arquitectura los sentimientos que despiertan los recursos estilísticos y la morfología induciendo a sentimientos profundos y trascendentales. También entendía la lógica de construir un “nuevo orden”, masivo y estandarizado a nivel mundial, dejando atrás el pasado artesanal y adelantándose a un futuro de explosión de las ciencias.
Fue así como la escuela moderna de arquitectura marcó decisivamente su formación. La recuperación de la expresión espiritual de los templos precolombinos de Frank Lloyd Wright aportaba a su búsqueda de la verdad original un componente místico. Pero el horror de la postguerra que, si bien no había involucrado a Argentina, había calado hondo inquietando su espíritu, procurando encontrar paradigmas que respondiendo a las necesidades concretas y cotidianas de la gente que lo rodea y a la humanidad toda, les enseñase a su vez el camino hacia verdades superiores.
La compañía de otros estudiantes forjó amistades y vínculos profesionales muy importantes. La educación artista-profesionalista de aquel entonces, sumado al aprendizaje de técnicas de construcción, que combinaba tradición con innovación, especialmente el hormigón armado que revolucionaba la industria de la construcción por las infinitas posibilidades que abría al proyectista, permitió abrirse camino y recibirse de Arquitecto y muy rápidamente comenzar a trabajar en un estudio.
La formación por entonces era muy amplia. Algunas anécdotas, como las visitas de obra, con otros estudiantes latinoamericanos, lo llevarían a conocer la construcción de rutas en las sierras cordobesas utilizando dinamita. La anécdota narra que en una de esas visitas en las que saliera apurado de su casa, sin darse cuenta de que llevaba calcetines rojos. Ya de regreso de la visita, y como se acostumbraba en aquella época, se celebró una pequeña fiesta, con baile incluido, en el que tímidamente guardaba un lugar de absoluta reserva. Reserva por dos motivos. Por una parte, porque en verdad no acostumbraba bailar. Pero reserva también porque las medias rojas constituían una afrenta al buen gusto, lo cual quería evitar que fuera notado por sus compañeros. Pero ellos advirtieron que permanecía retraído, hasta que una niña colombiana lo invito a bailar, a lo cual no pudo rehusarse, pero bailo con los pantalones apretados para evitar dejar ver sus calcetines. Uno de sus compañeros noto su malestar y lo invito cordialmente a verificar su estado de salud, pensando que o bien quería ir al baño y no se atrevía a pedirlo o se encontraba lastimado. Pero grande fue la sorpresa y reacción de los presentes al descubrir que la extraña conducta del joven tímido respondía al color de sus calcetines. La anécdota pone en evidencia la importancia asignada al buen vestir en esa época, lo cual, al igual que el ropaje estilístico de los edificios, denotaban pertenencia a una clase social, como así también elegancia y nobleza. La exclusión de esta regla era considerada una vergüenza, como también lo seria inicialmente ya como Arquitecto, no seguir las reglas de los órdenes clásicos, o bien el ornamento, o posteriormente los postulados del movimiento moderno, para ser aceptado por pares y la sociedad en su conjunto como un profesional confiable digno de ser contratado.
Los estudiantes tenían días de festejos e hilaridad, cuando todas las carreras se reunían en el anfiteatro cedido sin costo por la Sociedad Española de Socorros Mutuos, un amplio salón apropiado para congresos y conferencias que tenía en el cielo raso una enorme y artística claraboya, por donde se filtraban los rayos de sol. Ese fue precisamente la escena que llevaría a tantas risas, cuando un fogoso estudiante de la escuela de medicina presentaba sus ideas para “liberar a la patria” caída en manos de autoridades políticas que se enfrentaban a los estudiantes. Aquella mañana, aquel impetuoso y ardiente compañero cargado de tantos cuestionamientos políticos y temiendo mayores confrontaciones, ciertamente premonitorio, cuando su discurso alcanzaba, su máxima vehemencia, su voz de trueno, se confundía con la saliva que despedía con sus palabras, que se hacían evidentes por la hermosa claraboya que inundaba de luz su apasionado discurso frente a sus compañeros. Luego, durante los comentarios de los asistentes, todos impresionados por el discurso político de su compañero, pero como nadie conocía su nombre, todos lo reconocían como “el que escupe al sol”. Esa universidad elitista de la época se enfrentaba a profundos cambios sociales que llevaría a un profundo cambio en el plan de estudios en pocas décadas después.
Antonio pensaba que, si bien la estandarización y la masificación eran necesidades imperiosas de la modernidad, la misma corría el riesgo de deshumanizar y por ello, creía en la combinación de los adelantos de la técnica, pero sin perder la humanidad detrás de lo artesanal. Tal complementariedad solo puede indagarse internándose en la complejidad y contradicción del alma humana, su historia, sus deseos y frustraciones. Este deseo de volver a lo primordial, a la esencia original, ciertamente con un profundo paralelismo con la convicción de su padre de volver a las fuentes bíblicas y la iglesia primitiva, lo ubican en términos artísticos en el mundo del romanticismo. Esta dualidad entre la búsqueda de la verdad en función de la racionalidad de la técnica y en la exploración del alma humana, sería un sello que lo distinguiría. Su obra no solo transmite maestría en el uso de los materiales y audacia en la concepción de sus formas, sino que deja entrever un profundo interés casi científico en la técnica, pero no como un fin en sí mismo, sino como un medio para indagar y sustentar el espíritu. Lejos de intentar satisfacer modas pasajeras, engendrando formas muchas veces caprichosas que responden a intereses clasistas y mezquinos, desde muy temprano puede advertirse un genuino interés en explorar el alma humana, sin clases o categorías sociales que distraigan su análisis. Estos años de estudiantes sentarían definitivamente los que forjarían los lineamientos generales de un estilo ecléctico e intuitivo, que desarrollaría a lo largo de su obra.
Comentarios
Publicar un comentario