Capitulo 5: Inspiración rural
Pero si los desafíos profesionales en Córdoba habían significado el desarrollo temprano de un estilo de arquitectura, brevemente descripto en el capítulo anterior, la perspectiva de trabajar en Corrientes, una provincia llena de desafíos y posibilidades despertaba en el joven Antonio fantasías y exotismo, producto de una realidad de su profusa fantasía anclada en un sentido de realismo en la práctica de la profesión elegida que ya comenzaba a descubrir. La oportunidad de lanzarse a “conocer el mundo” surgió como consecuencia de la invitación de su colega y amigo Icardi de hacerse cargo de la Dirección de Obras Públicas y vicepresidencia de vialidad de la Provincia de Corrientes. Aunque mucho había viajado acompañando a su padre por muchos pueblos del interior del país, esta era su primera oportunidad de viajar para trabajar como arquitecto, lo que desde siempre había sonado. Ya había experimentado la impotencia frente a la pobreza endémica, la servidumbre y la ignorancia de diversas regiones del norte. Pero también había descubierto el carácter amigable, austero y reservado de su gente, sacrificada y leal; el cual, parece reflejarse en su arquitectura doméstica, sobria y hospitalaria. Esta oferta significaba mucho más que una buena una oportunidad laboral: Era la ocasión única para descubrirse a sí mismo en una nueva geografía. Link a fotos historicas de Corrientes
Ahora, sin buscarlo ni pensarlo, comenzaba en su vida un nuevo desafío profesional: Conceptualizar la arquitectura en un nuevo escenario geográfico y cultural, incursionando además en la complejidad de trabajar para el Estado. Solo dos semanas después del ofrecimiento ya se encontraba en la hermosa ciudad de Corrientes y en su despacho reunido con sus noventa empleados a quienes saludaba uno por uno y quienes, muy educados ciertamente, se presentaban con sus nombres y la función que cumplían. Su encuentro con el gobernador y sus ministros fue por la tarde y llevo hasta parte de la noche sus explicaciones sobre el plan inmediato de necesidades de toda la provincia. Vivía la provincia por entonces, y lastimosamente hasta ahora, en un simple estado de negligencia por las autoridades de la repartición de Arquitectura que no presentaban proyectos y sus correspondientes presupuestos para que el gobierno nacional les remitiera los fondos que les correspondían por coparticipación nacional. Ya habían transcurrido cinco años y el gobierno nacional, por ley, retiraba todas las partidas cuatro años después y así, con la completa ausencia de proyectos y planes, el gobierno perdía el derecho a tales fondos, y con ello, la imposibilidad de realizar obras fundamentales para resolver problemas muy concretos de sus habitantes. Link a Provincia de Corrientes
¿Dónde vine a meter mi cabeza? Pensaba mientras esperaba que llegara alguna oportunidad para poner en práctica sus conocimientos proyectuales. Había renunciado a su incipiente actividad profesional en su Córdoba natal, como así también a los profesorados en el Liceo Militar, la Escuela superior de comercio y su lugar en Estudios y Proyectos del Ministerio de Obras Publicas de Córdoba, sin dejar de mencionar, la proximidad y cariño de su familia, y realmente sentía la necesidad de que su incursión por la Provincia de Corrientes, dejara resultados satisfactorios, para el gobierno que lo contrataba y su gente, pero también y muy especialmente para sí mismo y su conciencia, la más exigente de todos los jueces.
Por la mañana, ya había pensado un plan muy simple, definir las prioridades de su trabajo, para lo cual trazo cuatro ejes geográficos abarcando toda de la provincia de norte a sur y de este a oeste. Al día siguiente se encontraba viajando junto al chofer, con un empleado recomendado por un joven abogado, el secretario que le inspiro confianza desde el primer día. Se encontraban viajando por una ruta que los condujo al primer pueblo en el que su intendente, casi como un ruego, solicitaba en su expediente ayuda para construir una escuelita, expediente que ya iba a cumplir cuatro años deambulando por las oficinas del gobierno provincial sin resolución. Su abnegada maestra daba clases bajo un árbol. Allí encontraron aquella mañana a una joven maestra, con su pulcro guardapolvo blanco, de pie, bajo un frondoso virapita que sostenía una campana de bronce y clavado en el tronco un cartel que decía “escuela”, principal indicio para descubrir la institución educativa publica, más una humilde banderita celeste y blanca que mostrabas los únicos emblemas de identificación de aquella institución con el Estado.
Pobre jovencita maestra, que comenzó muy temprano en su vida, para ver caer y sufrir el desmoronamiento de sus sueños docentes, mirando los ojos inocentes de sus niños para luego ver caer uno tras otro, sus nobles proyectos en manos de impiadosos poderosos que jamás miraron a los ojos a aquellos niños ni a sus madres. La visita, aunque exitosa en lo técnico al poder realizar un relevamiento del lugar y rápidamente un proyecto se vio impedida por la ineficacia gubernamental para conseguir el presupuesto mínimo para su construcción. Desgraciadamente, este no fue el único caso porque luego de recorrer varios otros pueblos en condiciones similares todo tipo de demandas de escuelas, hospitales, viviendas sufrieron la misma suerte.
En uno de esos viajes, observo un grupo de personas que, a la vera del camino, rodeaban a un joven caído, mientras otros lo levantaban para cargarlo en una camioneta detenida, en la que también subieron un teodolito y unos jalones y reglas de las que usan los topógrafos, y con toda premura transportaron al joven caído buscando salvar su vida. Manos piadosas de vecinos transportaron al joven topógrafo, víctima de la picadura de la maldita “yarará”, la temible serpiente, que se encontraba detrás de sus pies que no disponía de botas y encontró la muerte antes de llegar al hospital distante a doscientos kilómetros. Aquel joven, sin duda, estaba llevando el sentido de patria a los lugares más recónditos del país, pagando con su propia vida la confección de proyectos que alguien cómoda y mezquinamente en lugares de privilegio negarían el presupuesto que le correspondía para atender otras “prioridades” siempre banales.
Todos estos sucesos iban minando su entusiasmo con el ejercicio de su profesión, pero también engrosando su agenda pendiente de trabajo, sumando a la imaginación en torno a sus proyectos arquitectónicos, la astucia y estrategia necesarias para lograr el presupuesto que decida su implementación. Una tarde que ya se había hecho tarde para cruzar un anchuroso y profundo río que solo se cruzaba con una barcaza de aquellas que regalaba EE.UU. como material de guerra a sus países amigos y que ahora la piloteaba un señor leproso que terminaba su horario a las seis de la tarde, no tenía más recursos para enfrentar la noche que su sobretodo, en un codo de la hermosa Laguna Yacaré. Así hablaron con uno de los pocos habitantes de la región, esperando sobreponerse a su condición de “forasteros” para poder así pasar la noche en algún refugio disponible en la zona. Así se lo manifestaron al señor que vivía en ese lugar, quien manifestó que no existía en toda la región ningún hotel, pero ofrecía con mucho gusto recibirlos en su hogar, si aceptaban sus pocas comodidades disponibles. “Bienaventurados los pobres” recordaba en aquellos momentos, cuando despertó por la mañana muy temprano y al salir de la habitación, encontró a toda la familia acostada en colchones y cubiertos por frazadas, mientras el padre en una cocina muy humilde preparaba el desayuno para todos. Aquel cuadro, no lo olvidaría nunca, pues desde aquellos momentos ya estaba escrito y gravado en su memoria y aquellas últimas palabras del jefe de familia que respondió a su ofrecimiento de pagar con dinero su permanencia y desayuno en su casa. “No señor, como podría yo cobrar por el honor que ustedes me han regalado de tenerlos por una noche bajo mi techo…? eso no podría aceptarlo nunca”, tendiendo su mano y la de su esposa y niños en señal de saludo amistoso, se despidieron sin ya nunca más volver a verlos. Aquellos gestos extraordinarios de nobleza no provenían de grandes pensadores o personas altamente educadas sino sencillamente de personas que vivían en contacto permanente con la naturaleza, de la cual habían aprendido a compartir con generosidad la abundancia de sus frutos.
Se embarcaron con su coche en la barcaza que manejaba aquel hombre correntino a quien la lepra había castigado con crueldad y partieron hacia la ciudad de Esquina, donde llegaron para poder dar respuesta a un expediente que tenían que resolver. Pasaron por la municipalidad, para saludar al señor intendente, y apoyarlo en su desamparo con un caso judicial. Se trataba de una denuncia que había generado un voluminoso expediente fuera de lógica. Se trataba de que luego de una gran tormenta con mucho viento que azoto la ciudad la bandera que siempre brillaba al frente del edificio comunal, sufrió varias roturas en sus contornos y la esposa del intendente la repuso con una tela de seda color violeta. Algunos habitantes del pueblo al descubrirlo no pensaron en la reparación de la bandera sino en el cambio de colores que debía ser denunciado y castigado a quien humillara a la patria. El asunto no paso a mayores, pero ilustra muy claramente los conflictos propios de un “pueblo chico” y también la frustración de un Arquitecto teniendo que trabajar un expediente que versaba sobre una discusión de estética cromática nacional. Sin embargo, existían otros verdaderos reclamos que prestándole la atención que merecen, con lo que estuvo descubriendo en este primer viaje de análisis, teniendo a la vista tal riqueza natural y el carácter de sus habitantes, que no dudaba en asegurar que sería una de las principales provincias donde la riqueza, clima, suelo, topografía y ríos, llevarían al tan ansiado progreso, sacando de la pobreza a su población. Pensaba en las disparidades entre regiones de la misma provincia, y la necesidad de que las zonas mejor dotadas de infraestructuras, apoyen al desarrollo de las menos dotadas y con mayor pobreza.
Continuaba con sus viajes y mientras conversaba con su secretario y chofer, ya estaba pensando en sus propuestas que presentaría el próximo jueves cuando cumpliendo el contrato con el gobierno, de asistir todos los días jueves, a la legislatura y exponer sus avances en los proyectos de los cuales debía presentar solo los títulos y su justificación, para continuar con las obras y discusiones que poco a poco mostraban los temores de que las necesidades a responder con obras públicas se circunscribieran solo a aquellas que rindieran réditos políticos. Como cuando insistía en darle prioridad al hospicio de alienados de mujeres y al hospital Sargento Cabral, ambos en la capital provincial. Ocurría que el segundo estaba a la vista de mayor cantidad de votantes y primero, por estar escondido entre la maleza de una zona marginal, no reunía los requisitos necesarios para recibir un presupuesto y materializarse. Estas diferencias, ciertamente injustas, profundizando la marginación que ya vivían ciertas comunidades, dejo en su alma uno de los recuerdos más doloroso de su paso por Corrientes. La tarde que llego a una barraca abandonada, fue recibido por una directora, una joven enfermera y una niña muy rubia de unos quince años que, soltándose de la mano de la directora, tomo la suya, y ya no la soltó en todo el recorrido de aquella enorme barraca convertida en un pobrísimo hospital improvisado de mujeres alienadas.
“Aquel que se crea limpio… mire que no caiga…”. La contundente frase bíblica pasó como una ráfaga de fuego por su mente. ¿Qué calificativo podría darles a todos aquellos hombres que, teniendo el poder en sus bocas y en sus manos, enviaron a la sucia barraca a sus prójimos? Un sabor amargo en su boca es lo sintió aquella tarde, cuando veía a las ancianas privadas de razón, para luego ver impotente a la joven medica psiquiatra, igual que la joven maestra del paraje rural, para terminar en la pequeña niña enferma aferrada a su mano, casi clamando “no me dejes” con una expresión incierta en su rostro, reflejo del extravió de su mente. Finalmente, cuando ya se despedía pudieron soltar su mano de la suya, gracias a la directora y su enfermera ayudante, tratando de ahogar los llantos de la pequeña que aun hoy parecen resonar en sus oídos.
Dos semanas después de aquella visita, enviaba a la gobernación el anteproyecto del hospital de alienadas mujeres, pues escuelas y hospitales habían sido casi los temas dominantes de aquella Dirección de Arquitectura. Mientras aguardaba la discusión del proyecto que el gobierno envía al Consejo Deliberante con los “consabidos arreglos entre el Consejo Deliberante, y el Gobierno” surgió ahora un nuevo desafío: el Hospital de alienados varones que funcionaba en un abandonado stud de caballos pura sangre árabe. Como estos carísimos equinos daban grandes ganancias a sus propietarios, todos incluso el mismo gobierno con sus legisladores, habían considerado como “indigno” que aquel viejo stud que alojara a animales nobles sirviera para albergar al numeroso grupo de enfermos mentales que pululaban y afectaban la ciudad. Decidieron así pues, enviar a sus prójimos enfermos al stud, previa limpieza con mangueras y escobillones en todos los boxes, pero sin ninguna inversión en la adaptación del mismo para servir al propósito de albergar ahora seres humanos. Tales centros de alienados se distribuían en tres sectores, que forman la planta para los tranquilos, los agitados y los que sufren de picos de psicosis. Existía uno de los internos, ciertamente como suele suceder en estas instituciones, que se destacaba por su excentricidad. Todos con cariño le llaman el “pájaro romántico” un joven de unos veinticinco años que siempre estaba subido a una rama de un frondoso jacarandá y con sus brazos abiertos y una sonrisa en su rostro mirando hacia algún lugar de la lejanía, todo su cuerpo iba hamacándose siguiendo el ritmo que le dictaba su extraviada mente.
Estas experiencias, iban fortaleciendo con sus golpes su convicción de encontrarse en medio de un desierto lleno de alacranes que se disputan una presa o también un conjunto de seres humanos iguales entre si cuando el trofeo se reparte. Sentado en su oficina, su secretario lo miraba y adivinaba que su ánimo le llamaba al silencio, trataba de dar un giro a la conversación, con el plano de la provincia a su espalda y su estrategia de continuar viajando, trazando nuevo ejes para el próximo viaje de modo de no perder contacto con la realidad social de la provincia. Pero aquella noche ya en su cuarto y con el periódico abierto sin leerlo, su mente continuaba en la escuelita rural, el hospital de alienados, con sus respectivos desafíos de hombres y mujeres, tratando de encontrar alguna solución para su desesperada situación. Quizá mejoras en el hábitat traerían mejoras a sus mentes: ¿Quien podría saberlo? Pero lo que si se materializaba como una convicción era que la arquitectura para aquellos desdichados sin duda jugaba un papel fundamental en transmitirles paz y sosiego, en incorporar en sus espacios colores que los tranquilizaran y les diera esperanza. Muchos proyectos surgieron en este periodo de su vida, en el cual la sobriedad del clásico dominaría la producción de edificios del estado.
Pero más allá de sus preocupaciones noctambulas materializadas en proyectos de esa época, un nuevo suceso lo esperaba: el ministro de gobierno de la provincia del Chaco lo buscaba con una oferta. Un ingeniero Civil, lo invitaba a la casa de gobierno porque se había enterado de una exposición de proyectos que hicieron en el hall del edificio, y el gobernador estaba interesado en realizar una actividad similar en la gobernación de su provincia. Tenía en sus manos el tema para negociar y disponer de todos los detalles de aquel evento. Este ingeniero, un señor de unos cincuenta años, muy educado y cordial, resulto para su estado anímico un aliciente y un futuro amigo. Lo requerido por el Gobernador eran los proyectos del nuevo Hotel de Turismo emplazado en la progresista ciudad de Sáenz Peña y un Policlínico en Barranqueras. Como las conversaciones con el ministro y el gobernador avanzaban positivamente, luego de una verdadera y cálida amistad con el vice gobernador con quien solía salir a pescar, mientras disfrutaba del paisaje, la quietud y las riquísimas mandarinas, fue como un bálsamo que necesitaba para olvidar todas las frustraciones vividas en su último tiempo en Corrientes. Sin abandonar los dos últimos viajes programados, conocer sus necesidades y proyectar planos para sus construcciones, mientras el jefe del departamento de estudios y proyectos trabajaba en los planos definitivos y detalles, poniéndolos “en música”.
Pero una mala jugada del destino hizo que cuando el gobierno del Chaco mostro al público los planos de las futuras obras con sus plantas, detalles de interiores, y perspectivas acuareladas y enterados los miembros del Consejo de Arquitectura con su Caja de aportes, prohíbe el llamado a licitación de las obras, argumentando una cláusula que impedía presentar proyectos a quien no hubiese cumplido los tres años de residencia en la provincia, lo cual era precisamente su caso. Finalmente fue en vano insistir que siendo portador de un documento con fuerza nacional para ejercer con toda legalidad su profesión en todo el territorio nacional, se le negó el derecho de ejercer en la provincia de Chaco.
No obstante, todo lo sucedido, siempre existirá otro acontecimiento escondido entre la maleza de una sociedad en profunda transformación. La migración del campo a la ciudad había arrancado a poblaciones que vivían en hogares humildes, pero con trabajo y sosiego, para migrar a las grandes ciudades a vivir en condiciones generalmente de informalidad. Tanto Chaco como Corrientes vivían por entonces un veloz proceso de urbanización que transformaba profundamente la sociedad armoniosa de la época, predominantemente rural, en una sociedad cosmopolita predominantemente urbana, perdiéndose para siempre rasgos de la argentinidad asociadas a la vida rural. La mentalidad romántica del arquitecto asistía impávido a tales cambios con una mezcla de temor por lo que vendría, diligencia en intentar reparar los daños sociales que ya podían reconocerse en términos de marginalidad y convicción que la arquitectura en dicho drama tenía mucho para dar. También el paso por la gestión pública despertaría su interés en entender los paradigmas políticos, casi desde una perspectiva artística, juzgando los resultados de las distintas gestiones por sus resultados para con el pueblo, sus legados culturales y lo más importante, su compromiso para mirar a futuro no solo en términos de bienestar social y económicos sino en términos de valores como la solidaridad y el respeto por el prójimo.
Internarse en la provincia de Corrientes en aquella época era sin duda sinónimo de aventura. Paisajes paradisíacos, penurias y dificultades para transitar por la falta de caminos en ecosistemas hostiles (figura 8), hacían del relevamiento de obras pública una experiencia casi épica. A esto se sumaba la enorme responsabilidad asumida para llevar adelante un plan de obras realmente transformador de una provincia con un enorme potencial, pero casi sin infraestructuras. Las cuestiones presupuestarias, las prioridades políticas y amargamente, como tantas otras veces, la triste e impotente realidad de los marginados fue el tema que le dejaría sin sueño. Luego de interminables sesiones y consideraciones, habiendo obtenido con suma dificultad los fondos necesarios, con verdadera pasión se dedicó de lleno a sus múltiples proyectos, el hospital de Barranquera, el hospital de alienados, la realización de diversos centros culturales, escuelas y demás servicios sociales en cuyos diseños introdujo innovaciones importantes. Desde sus fachadas, donde intento equilibrar el uso del orden clásico y monumentalidad por la funcionalidad y practicidad. Desarrolló además, nuevos estándares para la construcción de edificios públicos, introdujo metodologías de análisis de factibilidad de grandes proyectos de infraestructura social, preparación de pliegos de licitaciones, entre otras muchas cuestiones, permitiendo al todavía joven arquitecto a incursionar en cuestiones políticas y sociales con la pasión de un militante ambiental y cultural, hasta ese momento desconocidas aun para sí mismo.
Sin duda, el viaje a Corrientes marcaría en forma definitiva su formación profesional. Por una parte, le proporcionaría un conocimiento privilegiado de la realidad social del país, y las disparidades entre sus diferentes regiones, pero también el enorme potencial de sus recursos naturales. Por otra parte, le daría un manejo de escalas diferentes que sustentaría una vocación que lo acompañaría el resto de su vida: El desarrollo regional como instrumento de justicia y superación humana. Esta concepción del desarrollo con prioridades y escala humana, anteponen las necesidades de supervivencia de los habitantes a los intereses especulativos rentístico de las empresas, en un contexto de surgimiento de distintas ideologías políticas tendría gran influencia en sus trabajos posteriores de urbanismo y posturas de planificación regional.
Siendo jefe de obras públicas sintió la responsabilidad de representar al Estado cuidando del prójimo, sobre todo aquel que, por razones misteriosas, difíciles de comprender, se encuentra imposibilitado de cuidarse a sí mismo. Aquel deseo de “remediar” las injusticias de la vida, empresa propia de un filósofo, fue encarado con el pragmatismo de un hombre de acción, construyendo edificios dignos para los marginados, y de esa manera obtener cobijo, aliviando en algo su desgraciada situación.
Pero la enorme frustración al ver como sus mejores intenciones expresadas en planes y proyectos, al igual que la humilde maestra rural o abnegada doctora psiquiatra, jamás serian implementados por falta de “presupuesto y voluntad política”. Ello sería una realidad igualmente brutal que calaría hondo en su alma, incentivándolo a orientar su búsqueda proyectual hacia cuestiones sociales, pero por fuera del estado, incursionando en el campo de las organizaciones no gubernamentales. Esto marcaría su carrera en la dirección de indagar la temática social, pero con una intención superadora de lo puramente material, sino por el contrario, entendiendo que la problemática de fondo es de naturaleza espiritual. La amistad con el gobernador de Corrientes y con distintos ministros de aquella época le permitirían entender el problema del subdesarrollo no como consecuencia de la decisión de unos pocos poderosos, sino como resultado de cuestiones sistémicas y estructurales cuya reversión requiere mucho más que buena voluntad. La experiencia le proporcionaría una visión realista que lo incentivaría a pensar en nuevos enfoques de desarrollo humano y regional, tal como la promoción de nuevas técnicas para realizar los tan necesitados caminos y transportes para las regiones postergadas. Aquellos caminos abrían, complementariamente con planes de viviendas e infraestructuras, avenidas de progreso y libertad para sus habitantes. Esta posibilidad de transformar una realidad social injusta y perversa sería una fuerte dirección de cambio en su vida que junto a las vertientes de su pensamiento artístico producirían múltiples visiones posibles del futuro de la provincia. Aunque solo algunos pudieron implementarse, resultarían suficientemente inspiradoras para el resto de su obra y se retomarían posteriormente en la forma de concursos y propuestas diversas.
Mas allá de los logros y sinsabores en Corrientes, el deseo de contraer matrimonio con quien sería su única esposa, Mercedes Barrera, lo llevarían a renunciar a su cargo. También ocurrió que su amigo, quien viajaba con frecuencia a Córdoba le había contado que su padre, no se encontraba del todo bien, situación que habría influido significativamente en la decisión de dejar su cargo en Corrientes. La conmoción en su equipo de trabajo fue grande, ya que muchos interpretaban que su renuncia respondía a cuestiones políticas. Tomó un arduo trabajo convencer a sus fieles defensores que se trataba realmente de motivos personales los que lo llevaban a apartarse de la gestión para volver a su provincia. Pero su regreso seria por poco tiempo, pronto dejaría nuevamente su ciudad natal, para migrar nuevamente, esta vez en dirección a Buenos Aires, donde su hermana mayor, Maria Luisa, había ido a vivir con su padre, ya anciano.
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