Capitulo 4: Los primeros proyectos de vivienda en la "docta".
Los recursos que demandaban estudiar en aquellas épocas habían hecho vacilar más de una vez al entusiasta estudiante en su determinación de convertirse en arquitecto. No se trataba solo de las dificultades relacionadas con el estudio y el trabajo simultaneo, sino sobre todo las pocas perspectivas de realmente trabajar como arquitecto, donde solo ejercían este tipo de profesión personas de alta alcurnia. Por añadidura, la deserción de su padre de las filas del catolicismo, en una provincia como Córdoba, donde en ese entonces la presencia del clero era muy fuerte, tanto como para cerrarle la puerta a cualquier muchacho atrevido que tuviera la audacia de estudiar una profesión de alto prestigio social sin comulgar con el credo dominante.
Pero los delgados e inciertos hilos del destino se irían tejiendo en forma providencial para que tuviera su oportunidad. Sucedió que una empresa muy poderosa, llamada Petrini y Compañía, dedicada al negocio de los bienes raíces, había comprado fracciones de terrenos que circundaban la ciudad. Luego de fraccionarlas y habiendo previsto que se venderían a altos precios, decidieron antes de comenzar su venta, lograr la provisión de agua corriente, energía eléctrica, línea telefónica y cloacas, con el agregado de contratos en el que se obligaba a los adquirentes a construir solo chalets con techos de tejas, coloniales o francesas quedando su aprobación, al dictamen de un arquitecto. Esta era una operación inmobiliaria típica de la época que se repetía en las capitales provinciales de toda la Argentina y la historia demostraría que era muy eficaz pues las empresas desarrolladoras pasaron a ser los inversores de primera línea en el ramo. Estas inversiones buscaban a través de este medio asegurar que el proyecto de urbanización se encuadrara dentro de ciertos parámetros arquitectónicos estilísticos y de esa manera se evitara su depreciación a futuro, protegiendo así la rentabilidad del negocio.
Ocurrió que un señor oriundo de Italia, hombre de fortuna, pero muy humilde y educado llamado Francisco Oberti, adquirió uno de los lotes, mientras Murillo Luque era todavía estudiante y trabajaba en un gran establecimiento comercial (Gath & Chávez) como dactilógrafo. Link a datos historicos Una mañana, el señor Oberti, acompañado de su hija, solicito los servicios de un estudio de arquitectura para preparar el anteproyecto de la obra de su casa, en un terreno adquirido en dicha urbanización. Pero como el arquitecto titular del estudio, poseía otra oficina en la ciudad de Nueva York, con otro de sus socios, había dejado a cargo del todavía estudiante, la confección de todos los proyectos de sus clientes, que incluía discusiones y modificaciones hasta llegar a la satisfacción del propietario.
Oberti que había concurrido junto con su esposa y una hija, solicitaba que se le confeccionara un proyecto, contando solo con una hoja de papel con la descripción de su plan de necesidades. Sobre el mismo, se iniciaría una conversación, donde la voz cantante era siempre la de su esposa. Aquella misma mañana, luego de muchos ensayos de anteproyectos, Murillo llego a reunir todos los detalles necesarios para confeccionar el proyecto definitivo y su aprobación final. Aquel hombre, para quien estudio el proyecto de su vivienda, un chalet de doscientos cincuenta metros cuadrados, le permitió ganar el afecto y respeto de un hombre que sería importante en su carrera.
Resuelta, o medianamente encaminada, la ansiedad en torno a la cuestión laboral, volvían a resurgir sus búsquedas académicas de conceptualizar a la arquitectura como mucho más que una técnica, algo próximo al arte. Como alumno regular de la facultad de arquitectura nunca faltaba alguna noticia que encendiera el viejo debate sobre la estructura del proyecto arquitectónico y la composición musical. Tampoco faltaría en este debate, especialmente en los ratos de ocio con sus compañeros, el rapto de practica de música con diversos instrumentos, internándose por sus senderos de arpegios, descubriendo sus estructuras etéreas, para volver a reflexionar, comparándola con las estructuras y materialidades de la arquitectura. Muchas veces, el tema obligado, muy típico del romanticismo de la época era “la música, comparte en su estructura los mismos principios de la arquitectura”. De allí pasaban a repasar autores y biografías comenzando con Chopin y su Polonesa, luego Schubert y su serenata y quinta sinfonía, la Pastoral de Beethoven, la cuarta sinfonía de Tchaicowsky. En particular, siempre sintió un enorme respeto por las emociones que despiertan "Caballería Rusticana" de Mascagni Link a Caballeria Rusticana Estos monumentos de la música universal eran minuciosamente comparados con los monumentos arquitectónicos de la humanidad, la mayoría proyectado por autores anónimos que quisieron dejar su legado de expresión artística y científica, erigiendo sus aspiraciones de materializar la eternidad.
El ejercicio de la arquitectura fue para Antonio la motivación principal de su vida, casi el apostolado que abrazaba con un sentido de causa, reflejada en sus escritos y conversaciones que transmiten un entusiasmo desbordante. En Córdoba, distintas ofertas laborales habían dejado buenas experiencias que le pondrían en contacto con clientes que apreciaran sus habilidades de diseño y apoyaran su búsqueda estilística. En realidad, no se trataba de clientes en sentido estricto, pues las discusiones con ellos en torno al contenido estético y funcional de sus obras lo llevaban con frecuencia a enfrentamientos que complicaba la delicada relación “cliente-profesional” que más de una vez le valdría la pérdida total de sus honorarios. Las famosas “cuatro rayas” con las que muchas personas se acercaran solicitando sus servicios profesionales lo irritaba por sentir que se estaba banalizando el mandato del arquitecto, como creador de espacios únicos e irrepetibles. Le molestaba concebir su obra a partir de un mero utilitarismo o estilismo, copiando sencillamente otros edificios, transformando al diseño en mera mercancía. Más de una vez, clientes admiradores de su obra, lo ofenderían profundamente cuando para facilitar la comunicación de la obra a la que aspiraban, le proporcionarían la foto de un edificio al cual le pedirían que copiara. Así fue con la hija de uno de sus mejores amigos, Givertini, quien quería diseñar su casa y le diera para ello una foto de otra casa a la cual le pedía que sencillamente copie. Para Antonio, detrás de ese pedido de copia había algo profundamente despreciable, una falsificación de una experiencia única e irrepetible como era erigir un edificio en un lugar único y sagrado. En este sentido, su trabajo siempre fue un medio para cumplir su compromiso profesional y su búsqueda artística de trascender tiempo y espacio, pero por sobre todo, trascender la mera materialidad y expresar con las formas que imaginaba la espiritualidad del alma humana con toda su complejidad y contradicción. Estimular la copia y simular la materialidad del alma de otra familia o comunidad era para el pensamiento de Murillo sencillamente una forma de insulto.
Pero antes de adentrarse en el análisis de su obra en ese periodo es importante comprender que la mayoría fueron realizadas en tiempos cuando la vivienda era lo más preciado y había bancos que trabajaban con créditos a quince y veinte años que hacían viables estos emprendimientos. Esta estructura social y financiera de la época que protegía a ciertas clases sociales proporcionaba una enorme oportunidad para progresar ya que asegurando una propiedad donde residir, se establecía una base para insertarse en el mercado. Las familias jóvenes provenientes de estas clases evitaban así pagar alquileres y de esta manera podían ahorrar para pagar sus viviendas, generando un capital con el cual solventar el desarrollo de su economía.
Sus primeras obras fueron principalmente viviendas unifamiliares. En ellas se puede reconocer ya algunas invariantes de su estilo: La calidez de los materiales empleados transmitiendo sentido de hogar al mismo tiempo que robustez y seguridad familiar, los ambientes amplios, los techos con voladizo, los porches y espacios semi-públicos que caracterizaron su obra posterior. Sus grandes jardines y porches de entrada, conformando paños horizontales que juegan con los balcones y deliberadamente exageradas vigas, que enfatizan las perspectivas del frente y sus laterales, el tratamiento de paños verticales de ladrillos a la vista, y las columnas metálicas angostas que simulan sostener pesados techos desafían las leyes de la física, rindiendo así un verdadero culto a la atectonicidad, con un guiño sutil de metáfora de la vivienda como templo del hogar. Estas composiciones siempre buscaron apelar a reconstruir un sentido del todo armónico y consistente en su relación con sus diferentes partes, aunque preservan rasgos específicos de diseño tales como el juego de sombras proyectadas por las cenefas, dramatizan el conjunto de la obra dándole un carácter estilístico inédito.
El conjunto de su obra parece aludir a la robustez edilicia, pero al mismo señala generosidad y amplitud en sus espacios que invitan a relajarse y percibir la vivienda como el mentado templo en el que habita una familia promedio buscando desesperadamente una identidad con la cual identificarse. También en estas obras tempranas pueden reconocerse los principios proyectuales de flexibilidad y metamorfosis, con espacios sencillos pero poderosos en su integración funcional, despojada de todo ornamento, pero ricamente decorada a partir de distintas texturas materiales, utilizando ladrillo, piedras y revoques conformando una línea estilística muy propia que desarrollaría en obras posteriores que se adaptan muy bien a su entorno barrial, sin dejar de crear gestos de identidad muy precisos.
Estas viviendas, aunque se ubicaban en barrios modestos de “la docta” y no hacían grandes ostentaciones transmitían un lenguaje muy claro de arquitectura moderna. El tratamiento de volúmenes horizontales, blancos y robustos, y planos verticales, paños de ladrillo a la vista que se ensamblan mutuamente componiendo una unidad indivisible, daba a la obra en su conjunto un aire de sobriedad. La casa, recostada sobre una medianera y rodeada de jardines, genera a su vez una serie de perspectivas que enriquecen profundamente la vivencia del hogar, superando ampliamente la arquitectura de fachadas pomposas de la época, que esencialmente pretendían comunicar con su simbología la pertenencia de sus habitantes a una cierta clase social. Aquellas viviendas estaban sencillamente ignorando esa cuestión, para crear espacios y significados a partir de los cuales sus habitantes viven con comodidad e identidad, como verdaderos puentes que los introduce a un futuro más luminoso y feliz.
Aunque ya transcurriera más de cincuenta años desde su construcción, estas viviendas continúan teniendo una frescura y buen mantenimiento que dice mucho de la nobleza de los materiales elegidos en su durabilidad que sorprende por tratarse de construcciones de bajo costo. La clave es que todos los materiales empleados son locales, lo cual responde a otro de los ejes de sus diseños. Asimismo, es de desatacar que, a pesar de las innovaciones introducidas entendiblemente por sus dueños sucesivos, tales como rejas y modificaciones, los lineamientos generales del proyecto permanecieron intactos. De este modo se preservo su identidad como vivienda de un grupo social emergente. De hecho, la impronta de estas viviendas en su entorno barrial es muy fuerte, ya que pueden observarse características similares de diseño en las viviendas que se construyeran posteriormente, influenciando así el estilo sobrio y elegante del barrio.
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